La tenue luz del cuarto
y la copa alta del ébano
me despiertan cierta apatía.
No sé si será cansancio,
lo mecánico de la rutina
o el dulce encanto de las Sabinas
cuyas ramas yacen esparcidas
cuyo olor a derrota invade mi jardín.
Paciente, voy recambiando el ramillete
que reposa sobre el escritorio,
siendo siempre Campanillas blancas
las que emiten una luz de resistencia
en un aire enrarecido, que asfixia,
que frustra todo gentil intento
por sembrar uvas negras allí,
allí donde el desequilibrio, como un río
arrasa con todo aquello que ve.
Digo que es cuestión de perseverancia,
pero perseverancia ya mató a este Apio.
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