lunes, 22 de octubre de 2018

El club de los suicidas - R. L. Stevenson



Ahora bien, sabemos que la vida es sólo un escenario para hacer el loco hasta tanto el papel nos divierta. Había un servicio más que faltaba a la comodidad moderna: una manera, fácil, de abandonar el escenario […] Esto es lo que proporciona El Club de los Suicidas”.

Tres cortas secuencias que, pese a formar parte de una obra mayor, se comprenden de principio a fin. Stevenson tiene un lenguaje claro y no escatima en descripciones; aunque eso no le impide cautivar al lector con una historia imposible de predecir. Bajo la grisácea vida burguesa en la ciudad, uno descubre lo extraordinario que puede ocurrir cuando el cansancio de una vida guionizada es la norma general.

Tengo la teoría de que el escocés fue el inventor del clickbait. Si bien el título no es engañoso     es cierto que, durante la novela, existe dicho club–, el lenguaje y los diálogos de la primera narración (“Historia del joven de las tartas de crema”) te sumergen en lo que parece una oda a la Necedad. Los locos son, verdaderamente, los cuerdos. Y cuando te convences de qué va el asunto se da el giro, y te das cuenta de que has ido y vas a la deriva.

Nada que ver, en realidad. El lenguaje te suscita mientras la historia te atrapa en una trama de aventuras que pequeños diablos tienen la mala fortuna de vivir. No quiero decir con esto que la obra no sea lo que promete, sino que aprovecha muy bien sus recursos para jugar con la inocencia del lector.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dulce tempestad

En esta obscura noche, tú y yo somos quienes danzan al son de las dos lunas, de su canción callada, rota y bruna, sobre alfileres ...