«¿Qué se
ha cumplido todo lo que esperaba? Y ahora, cuando las sombras crepusculares
empiezan a cernirse ya sobre mi vida, ¿qué otra cosa me queda más lozana, más
entrañable que los recuerdos de aquella tormenta matinal de primavera que tan
fugazmente pasó?» Vladimir Petróvich
Los grandes enamorados sólo existen sobre el
papel: Anna Karènina, Madam Bovary, etcétera… Quizá los personajes de esta
corta obra no sean tan conocidos pero cumplen ese mismo papel a la perfección.
Aunque, de alguna forma, la relación entre los dos protagonistas (Vladimir y
Zinaida) se presenta algo diferente a los ejemplos anteriores en los que la
narrativa se pone bajo la piel de la heroína. Aquí, en El primer amor, el punto de vista –y de sufrimiento– es el de un
muchacho de dieciséis años que se siente encandilado por una joven mayor a él.
Como tantos otros, Vladimir va al encuentro de Zinaida (atraído de una forma
que podríamos categorizar de enfermiza) para tomar el té y pasar la tarde con
juegos juveniles. Torpemente feliz tal y como está su situación, pero gestándose
en sus reflexiones la creciente necesidad de sentirla enamorada. Sólo en sus
conversaciones y reuniones adquiere Zinaida un papel central con iniciativa. En
el resto de sus actividades, como mujer en una sociedad masculina, se ve
relegada a un segundo plano. Ella sabe que enamorarse y/o comprometerse con un
hombre supone, para ella, la pérdida del grado de libertad personal que ha gozado
como soltera. Esto supondrá su drama.
Durante la obra Zinaida aún no es una mujer,
sino que se presenta a ojos de los jóvenes como un ídolo. Su imagen es idealizada,
se ve en ella un fruto prohibido al que se venera como algo inaccesible. En
términos coloquiales diría que su palabra va a misa. Por eso mismo nos puede
parecer una figura dominante. Pero no es más que una ilusión porque, una vez
fuera mujer en el sentido estricto de la palabra, en una sociedad feudal en la
que el amor romántico tiene sentido, caería sobre ella la desdicha de estar en
una posición marginal. La falsa imagen caería una vez se dejase dominar. Ese sometimiento se deja ver poco,
como un jarro de agua fría, en un par de escenas en las que la protagonista aparece
sumisa. Y, repito, ella lo sabe.
«Yo no amo a
las personas que puedo mirar desde arriba. Necesito a alguien capaz de
dominarme a mí… Pero Dios es misericordioso y espero no tropezar con alguien
así. Yo no caeré en las garras de nadie. ¡Qué va!» Zinaida.
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